Los primeros días tras el brote de COVID-19 dieron lugar a un rápido aumento de la demanda —y consiguiente escasez— de muchos artículos fungibles, desde enseres domésticos y equipos de protección hasta los ingredientes y sustancias necesarios para hacer pruebas de detección del virus. Mientras el mundo lidiaba con la novedosa necesidad de realizar pruebas masivas de detección de la COVID-19, los laboratorios comenzaron a utilizar la reacción en cadena de la polimerasa con transcripción inversa en tiempo real (RT-PCR en tiempo real). La RT-PCR en tiempo real es el método de laboratorio más exacto para detectar, rastrear y estudiar la COVID-19; sin embargo, su uso generalizado hizo escasear los recursos y llevó a algunos laboratorios a buscar otras alternativas fácilmente disponibles y más baratas.
Recientemente el OIEA y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en colaboración con la Agencia Austríaca de Salud e Inocuidad de los Alimentos (AGES), hicieron un estudio para comprobar los resultados y la calidad de algunos de estos recursos alternativos. Las conclusiones de ese estudio tienen consecuencias para la lucha que libran los países en desarrollo y otros países contra la COVID-19.